Necesito hablarte Señor mío y Dios mío.
¿Qué quieres de mí?
Me doy cuenta siempre más de tu infinita grandeza y bondad.
Cada día con besos y ternura, dulces y amargos,
añades amorosamente a mi infinita pequeñez,
un granito de tu infinidad.
Por lo que mí me respecta, estoy listo para ofrecerte todo;
aunque todo va siempre mejor…
tienes otros proyectos todavía para mí.
Aquí estoy.
Como un niño que aprende a caminar,
entre los brazos de la bellísima Madrecita,
quiero escapar a tu monte, entre pétalos y espinas,
para llegar un día a la cumbre;
donde no existe ni pecado ni sufrimiento,
sino sólo Tu Amor Infinito.
¡Aquí estoy, llegué!
(Matteo Farina, Siervo de Dios)